La secta
Carmen Rigalt
La vida es más virtual que real. Las nuevas
tecnologías van a toda leche y los filósofos de última hora construyen teorías
a orillas de la Red. Hemos tardado 5.000 años en hacer el primer ordenador, pero sólo 40 en inventar el 2.0. A
este paso, dentro de nada habremos dejado atrás el futuro: tal vez un día
progresar consista en despojarse de aparatos.
Recuerdo los balbuceos del MS- DOS, el primer
sistema operativo de Microsoft. Aquello parecía morse (en realidad, a mí me
parecía morse todo lo que no fuera una simple máquina de escribir), y enseguida
pasó a la historia. Pero cuando quise darme cuenta ya me tuteaba con un PC para
tratamiento de textos (suficiente). Muchas veces amenacé con tirar aquel trasto
por la ventana: más que para tratar textos parecía hecho para borrarlos, pues
cientos de folios se evaporaban por mi torpeza. Jamás recibí una clase de
informática ni leí un manual de instrucciones, pero el segundo ordenador, ya
con Windows 95, lo instalé yo solita, que tengo
probada fama de inútil. Mi relación con el nuevo PC fue menos épica. Establecí
con él (y más tarde, con mi portátil) unos lazos de dependencia semejantes a
los que tengo con mi bolso. Ahí adentro guardaba la vida.
Los padres del MS- DOS están ahora jubilados. En
este tiempo, las nuevas tecnologías han avanzado a la velocidad de la luz.
Ahora, cualquier niño de dos años (y cuando digo dos años me refiero
exactamente a dos, no a tres ni cuatro) maneja el iPad. Yo no concibo ya vivir sin ordenador.
Teniendo un paraguas wi-fi, no necesito ir a ninguna parte.
Dicho esto, aviso: no estoy en Twitter. Las
redes sociales siempre me han inspirado cierto
recelo. No es que no me fie de ellas. En realidad de quien no me fío es de mí.
Twitter es un invento hecho a la medida de las personas con tendencias
adictivas. Yo sería una de esas que se pasan la vida en el excusado
tuiteando y retuiteando como descosidas. Desde fuera, en cambio, veo las cosas
muy claras.
En la secta, como yo llamo a Twitter, hay gente
que colecciona horas libres y gente que no tiene ni tiempo de ir al excusado.
Gente de pulsiones exhibicionista y ansiosas, gente que se anuncia y gente que
intenta darle una utilidad al asunto argumentando que Twitter es un arma
indispensable para ejercer la profesión (periodismo, en este caso). Gente que
vive para que hablen de ella y gente que habla de la gente. Gente efímera que
se resume a sí misma en 140 caracteres. Gentecilla, o sea.
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