Queridos alumnos: Aquí tenéis un texto para aquellos que queráis mejorar la nota. Me vale con el comentario crítico.
Sin embargo, lo que más le había alarmado al final de su diligencia
excesiva fue no haber encontrado un solo indicio, ni siquiera el menos
verosímil, de que Santiago Nasar hubiera sido en realidad el causante del
agravio. Las amigas de Ángela Vicario que habían sido sus cómplices en el
engaño siguieron contando durante mucho tiempo que ella las había hecho
partícipes de su secreto desde antes de la boda, pero no les había revelado
ningún nombre. En el sumario declararon: «Nos dijo el milagro pero no el
santo». Ángela Vicario, por su parte, se mantuvo en su sitio. Cuando el juez
instructor le preguntó con su estilo lateral si sabía quién era el difunto
Santiago Nasar, ella le contestó impasible:
-Fue mi autor.
Así consta en el sumario, pero sin ninguna otra precisión de modo ni de
lugar. Durante el juicio, que sólo duró tres días, el representante de la parte
civil puso su mayor empeño en la debilidad de ese cargo. Era tal la perplejidad
del juez instructor ante la falta de pruebas contra Santiago Nasar, que su
buena labor parece por momentos desvirtuada por la desilusión. En el folio 416,
de su puño y letra y con la tinta roja del boticario, escribió una nota
marginal: Dadme un prejuicio y moveré el
mundo. Debajo de esa paráfrasis de desaliento, con un trazo feliz de la
misma tinta de sangre, dibujó un corazón atravesado por una flecha. Para él,
como para los amigos más cercanos de Santiago Nasar, el propio comportamiento
de éste en las últimas horas fue una prueba terminante de su inocencia.
La
mañana de su muerte, en efecto, Santiago Nasar no había tenido un instante de
duda, a pesar de que sabía muy bien cuál hubiera sido el precio de la injuria
que le imputaban. Conocía la índole mojigata de su mundo, y debía saber que la
naturaleza simple de los gemelos no era capaz de resistir al escarnio. Nadie
conocía muy bien a Bayardo San Román, pero Santiago Nasar lo conocía bastante
para saber que debajo de sus ínfulas mundanas estaba tan subordinado como
cualquier otro a sus prejuicios de origen. De manera que su despreocupación
consciente hubiera sido suicida. Además, cuando supo por fin en el último
instante que los hermanos Vicario lo estaban esperando para matarlo, su
reacción no fue de pánico, como tanto se ha dicho, sino que fue más bien el
desconcierto de la inocencia.
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